jueves, 4 de noviembre de 2010

Diario del movimiento del mundo V


La evidencia empírica puede ser aplastante: la tierra permanece estática mientras que el sol y los demás astros giran a su alrededor. El diario del movimiento del mundo está dividido en dos: el movimiento frente a la inmovilidad. Y según se mire cambian por completo las perspectivas.

El geocentrismo no es, como muchos piensan, un egocentrismo (aunque compartan las mismas letras), no es fruto de la vanidad verse como el centro del universo, alrededor del cual todo gira. Todo lo contrario. La tierra sería, en este caso, la última de las esferas celestes, la más oscura, la más pequeña. Una nimiedad. El mejor lugar para albergar todo lo imperfecto.

El heliocentrismo lo cambia todo. La tierra pasa a formar parte de un mismo movimiento armónico, perfectamente medible y hasta "cronometrable": 365 días dura nuestro viaje alrededor del sol. El universo como una maquinaria de relojería es poco, pero es mucho. El movimiento, de suyo imperfecto, hace que el universo funcione a la perfección, que inmensas moles de masa y energía no colapsen caóticamente, sino que marchen al unísono.

La tierra no es el centro, ni el extremo, ni el último cuerpo, ni el primero. Está en el sitio justo, aunque perdida en una inmensidad de la cual no conocemos límites. Un grano de arena en un desierto vastísimo. Una nimiedad, también, pero que encierra en sí la mayor grandeza. Mientras nosotros, pobres hombres, vivimos en este granito de arena, el mundo se mueve y a distancias inimaginables que no podemos concebir y que jamás llegaremos a contemplar, sigue habiendo movimiento. Galaxias enteras en formación. Más todo lo imaginable. Y aún así, el desierto entero no vale tanto como un grano de arena.

¿Es vanidad, egocentrismo, pensar que sólo en este punto ínfimo del universo existe un movimiento que no es puramente externo y mensurable? Si esto de hecho es así, más que despertar vanidad, en realidad lo que despierta es estupor, sorpresa, temor y temblor. Humildad. Somos una mota de polvo, no somos nada, pero aquel que lo es todo nos ha hecho una casa infinita especialmente para nosotros, para deleite, admiración, profesión o hobby. Como el hijo único de una familia multimillonaria al que le comprasen un océano entero para que pueda darse un baño en la orilla. Un derroche -¡y qué derroche!- para ser tan poca cosa. Es el todo al servicio de una parte. La creación inmensa puesta a nuestros pies. Nosotros, que no somos nada, inmerecidamente nos hemos hechos merecedores de todo.

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